La Universidad en Casa
¡Hola, que bueno que hayas pasado por aquí! Acabas de abrir la puerta a una de las más enriquecedoras habitaciones de la casa. ¡Bienvenid@!
Si me conoces un poco o has leído alguna de mis historias quizás sepas que en mi adolescencia ocupaba mi tiempo libre en LEEEEEER.
No es un fallo. ¡Comía libros! Y solía apuntar aquellas frases que sentía como escritas por mí. Y, muchas de ellas, todavía me acompañan.
A partir de los 14 años empecé a escribir en la querida Olivetti celeste, que mi padre, me regaló para mi cumpleaños.

Era igual a esta y llevaba una tapa dura que la transformaba en un maletín. Casi como las portátiles de ahora. ¡Todo un lujo para esos tiempos!
Recuerdo que me ponía a escribir cuando todos estaban dormidos y despertaba a mamá. Claro, las teclas no eran silenciosas como las de ahora…
Mi abuelo había fundado una imprenta. Y si bien en los comienzos aceptaba trabajos diversos, con el tiempo pudo darse el placer de dedicarse a lo que le llenaba el alma: el arte.
Entonces mi niñez se inundó de libros de escultores, pintores y poetas que, unidos a los de investigación e historia que poblaban la biblioteca de mi padre, me hacían sentir como Alicia en el País de las Maravillas.