La Universidad en Casa

Si me conoces un poco o has leído alguna de mis historias quizás sepas que en mi adolescencia ocupaba mi tiempo libre leyendo. ¡Me comía los libros! Y solía apuntar en un cuaderno, aquellas frases que sentía como escritas por mí.

A partir de los 14 años empecé a escribir en la Olivetti celeste, que mi padre me regaló para mi cumpleaños.

Era igual a esta y llevaba una tapa dura que la transformaba en un maletín. Casi como las portátiles de ahora. ¡Todo un lujo para esos tiempos!

Recuerdo que lo hacía cuando todos estaban dormidos y despertaba a mamá. Claro, las teclas no eran silenciosas como las de ahora…

Mi abuelo había fundado una imprenta. Y si bien en los comienzos aceptaba trabajos diversos, con el tiempo pudo darse el placer de dedicarse a lo que le llenaba el alma: el arte.

Entonces mi niñez se inundó de libros de escultores, pintores y poetas que, unidos a los de investigación e historia que poblaban la biblioteca de mi padre, me hacían sentir como Alicia en el País de las Maravillas.

A los estímulos que llegaban con las visitas a la Imprenta Anzilotti se sumaban las sobremesas de los domingos en casa de los abuelos, cuando Don Pedro traía su libro preferido: un grueso tomo con las obras completas de Almafuerte.

De ahí, esta huella que me acompañó por siempre…y marcó mis valores.

Los fines de semana de lluvia, nos quedábamos en casa y disfrutaba observando a papá quitarle el polvo a sus libros. Primero los abría y cerraba de un golpe; y luego les pasaba el pincel por el borde de las hojas.

Había una versión de Pinocchio, en italiano, que por el solo gusto de conocer la historia, me hizo esforzarme a comprender el italiano.

Sinuhé el egipcio -que no me dejaban leer y lo hice muchos años más tarde-, y otros, como David Copperfield o Juvenilia, despertaron mi curiosidad por la historia, sus lugares y momentos.

Papá amaba un libro de problemas matemáticos con el que, sin ser consciente, me estimuló a gozar de los desafíos. 

Le interesaban las grandes preguntas del universo, leía sobre el mundo de las ventas, las historias de los innovadores, le encantaba relacionarlo todo y prestaba mucha atención a las coincidencias.

A los 16 años leía a Dale Carnegie y a Vance Packard y desperté interés en conocer la conducta humana también a través de los cuentos, como los de Og Mandino.

Desde la imprenta de mi abuelo llegó la amistad con pintores, escultores y poetas de la época -que no voy a nombrar por si olvido a alguno-, y con ellos, el respeto y amor por el trabajo de los que nos muestran el lado poético de la vida.

Mamá tocaba el piano, mientras mi hermana y yo nos ubicábamos a sus pies. Nos gustaba mirar cómo movía los pedales y sentir la vibración del sonido en la espalda. Creo que así se inició mi amor por la música.

En las fiestas familiares, varios se sentaban al piano y se reemplazaban para poder bailar. Música, pintura, escultura, poesía, cuentos, historias…

Como verás, siempre tuve La Universidad en Casa

Aunque estaba en un espacio reducido y los “influencers” de esos tiempos, eran familia.

Deseo que el tiempo que dediqué a investigar sobre los mejores talleres, te sea de utilidad y puedas tomar las mejores decisiones.

Y recuerda que «lo que eres hoy es la materialización de tus pensamientos y sentimientos de ayer y que tus pensamientos de hoy construyen tu  realidad de mañana«.

Si tienes preguntas sobre alguno de los talleres no dudes en dejarme un mensaje para que pueda ayudarte

Como siempre, estaré atenta a tus sugerencias y comentarios.
¡Mucho éxito en tus elecciones!

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